Dr. Sergio Rozenholc
Vivimos en
una de las épocas más apasionantes de la humanidad. Prácticamente todos los
aspectos de la vida humana están sufriendo un gran cambio conceptual: la
ciencia, la economía, el teatro, la ecología, la música...
La medicina
homeopática no queda ajena a estos cambios. Basta con reparar en los nuevos
aportes de Scholten, San Karan.
Y sin
embargo, yo escribí este trabajo, inspirado en el maestro Paschero que hace 50
años atrás hablaba de la relación médico paciente de esta manera. Parecería
haber cierta contradicción. Pero no. Es que los grandes maestros son así:
tienen el don de que sus palabras, sus enseñanzas se adelantan al tiempo.
Relación
médico paciente: no vi en mi carrera que alguien se ocupara del tema con
la claridad meridiana que tenía el maestro.
Inspirado en las
famosas clases que impartía el Dr. Paschero
cada sábado, sus alumnos recopilan esos encuentros y nace un trabajo titulado “La Psicología en la
Facultad de Medicina” que data del año 1967.
En él hallamos magistrales reflexiones de este gran hombre:
“El médico que considera al enfermo solo como
un objeto es porque también se considera a sí mismo como un objeto, por lo que
resulta lógico que haya separado el alma del cuerpo, lo psicológico de lo
fisiológico, lo espiritual de lo material, para hacer del organismo un objeto
de estudio científico, con exclusión de los factores psicoespirituales que hace
de ese objeto un sujeto humano. En la medida que el médico haya crecido
como persona espiritual, haya concientizado en sí mismo los valores reales de
la existencia, haya madurado sus sentimientos de comunidad y caridad, serán sus
posibilidades de conocer al enfermo íntimamente en su oculta e inaprensible subjetividad
donde residen los factores dinámicos esenciales de pathos humano”.
Para mi gusto es muy
significativo este párrafo, ya que suscita una entrañable síntesis de la
agudeza en la observación del maestro y su forma de ejercer la docencia, donde
también mostraba su carisma en la transmisión del conocimiento.
Traigo este tema del por qué el maestro le pedía a
todos sus alumnos esa introspección profunda de tipo psicoespiritual y me
pregunto por qué lo hacía; qué había descubierto el maestro Dr. Paschero acerca
de lo que sucedía en la relación médico
paciente, y que el mundo médico desconocía.
Lo primero que me viene a la mente es el famoso cuento
de Connolly que me narró mi amigo el Dr. Fernando Callejón que se titula “El
sanador herido” y cuenta la historia de un médico que había sufrido la pérdida,
en un accidente, de su esposa y su hija. Sumido en un profundo dolor, llegó a
sus oídos la existencia de una rara historia. En una pileta llamada Betesdá, no
muy lejos de donde vivía, los ángeles bajaban una vez al día y cuando alguno
con sus alas tocaba el agua, todos aquellos que se sumergían primero se curaban
de todos sus males. Hacia allí fue este médico con su tristeza y dolor. Cuando
llegó, observó gran cantidad de gente enferma rodeando la pileta. Esperó largas
horas hasta que al promediar la tarde bajaron del cielo varios ángeles. La
multitud se preparó para que ocurriera el milagro. Cuando uno de esos ángeles
tocó con su ala el agua, todos los hombres y mujeres salieron corriendo a
sumergirse. El médico comenzó a correr y de repente sintió que uno de los
ángeles lo frenaba con su ala y le gritaba con firmeza: “¡Tú no!”
El médico se sintió imposibilitado de moverse. El
ángel alzó su vuelo y el médico observó cómo los paralíticos salían caminando
de las aguas y cómo los enfermos salían riendo.
Se dio vuelta y emprendió el camino de regreso a su
casa. Estaba confundido y abrumado. Solo pensaba en la dureza del ángel. “He
dado toda mi vida para curar a los que sufren y ahora que soy yo quien necesita
curarse, no me dejan.”
A los pocos pasos, un ángel lo volvió a parar y
envolviéndolo con sus alas le habló así: “Yo sé cómo te sientes, pero debes
entender algo. Tú eres un sanador y estás herido y por un tiempo serás las
aguas de Betesdá. Así te necesitamos. Por ahora ese es el pacto. Luego podrás
volar”. No muy lejos de allí lo esperaban sus pacientes. Solo él podía ayudar.
Solo él podía entender. Desde su herida y desde su dolor.
Creo que la genialidad del Dr. Paschero era conocer e
intuir que cada uno de nosotros , de una u otra manera, había elegido esta profesión porque en el
fondo de nuestra alma somos sanadores heridos,
y que a pesar de conocer nuestra condición, el maestro nos pedía
“transformar esta herida en un proceso creativo al servicio del prójimo y por
supuesto que redundará en el propio”. Con esto quiero decir que no hablo
solamente de una enfermedad, sino de una herida que en el médico se transforma
en destino.
Ustedes se preguntarán por qué a esta altura de la
historia de nuestra nueva ciencia, la Homeopatía, que tiene apenas poco más de 200 años, me
estoy metiendo con algo tan delicado como es la relación médico paciente y
sobre todo, haciendo hincapié en esta cuestión del médico.
Durante mucho tiempo me interrogué el porqué un
paciente grave me traía una problemática por la que de alguna manera, yo estaba
atravesando. Como sucede cuando uno cría
un hijo, muchas veces se transforma en un maestro de nuestro andar
por el mundo y nos viene a enseñar cosas que debemos aprender. Estos pacientes
a los que refiero, análogamente vienen a
cuestionar mucho de lo que estamos atravesando en nuestra vida interior.
La sincronicidad de este proceso con nuestra
problemática actual se transforma automáticamente en un interrogatorio de
nuestra propia existencia, lo que valida el trabajo con nuestro paciente como
una cuestión en conjunto y nuestra transformación va a ser crucial en el
destino de nuestro paciente.
¿A cuántos de nosotros, durante una consulta médica,
nos pasa que ante la interrupción de nuestra secretaria por pasarnos la llamada
de un paciente con un cuadro agudo, le indicamos por ejemplo: siga con
Lycopodium a la… tanto, y de repente
levantamos la cabeza y es el mismo medicamento que estamos indicando al paciente
que tenemos enfrente nuestro, y quien, turbado, piensa: “¿Este médico, le da el
mismo medicamento a todos?”
Este fenómeno no es una mera cuestión de la ley de
atracción, elemento en boga de la actualidad, sino que atraemos aquello de lo
profundo del medicamento que tenemos que modificar nosotros mismos, los
médicos.
Decía el Dr. Paschero “En el encuentro del médico con
el enfermo, el médico realiza el más difícil de todos los encuentros; el
enfrentamiento consigo mismo”.
Si pensamos que los médicos homeópatas usamos
sustancias que en realidad no lo son, ya que en su preparación se diluyen de
tal manera que no quedan rastros de esa sustancia, o sea van a la nada y
vuelven de ella con una potencia superior a cualquier otro elemento
medicamentoso conocido hasta la actualidad, llegamos a la conclusión de que no
usamos sustancias, sino un efecto de la misma.
Saben ustedes que al estar por encima del número de
avogadro, ya no quedan restos de lo que se denomina sustancia, pero sí es una
potencia medicamentosa probadamente útil por nuestra experiencia patogénetica.
Es aquí en donde me propongo explicar que en la
relación médico paciente se transfiere un efecto, de la misma manera que
indicamos una sustancia que en realidad no lo es. Se co-crea un vínculo
dinamizado potente y efectivo que opera desde el médico al paciente y desde el
paciente al médico.
Hay algo de la sustancia inconciente del médico que se pone en conjunción con la sustancia
inconsciente de nuestro paciente, y para poner un poco de luz en este tema voy
a dar un ejemplo. Supongamos que se presenta a nuestra consultorio un paciente
cuyo motivo de consulta es un cáncer con
metástasis, y supongamos asimismo, que
la primera impresión que tenemos de nuestro paciente es la de no tener qué
hacer (quizás pensemos esto por nuestra formación médica). Lo que vamos a
transferir a la manera de la preparación de la sustancia es esta idea. Y el
paciente en este caso no solo va recibir Lycopodium, Carsinosinum, Pulsatilla,
etc, sino este pensamiento germinal que actúa como una creencia insoslayable de
nuestra formación o deformación médica. Esta manera de operar va a tener los
mismos efectos que el similimun que podríamos indicar. Hay que tener en cuenta
que la creencia forma en el médico estados de conciencia ampliados y son estos
que se transfieren al paciente de la misma manera que el similimun y cumplen
con los mismos efectos. Si en el caso propuesto, mi creencia fue el derrotero
pronóstico del paciente, como consecuencia, seguramente este no tendrá un buen
destino. (Hace algunos años escribí un trabajo sobre la creencia médica y el
lugar del médico sugiero leerlo para entender esto que estoy diciendo)
La posición del médico por el status cultural que
ocupa en el imaginario colectivo dentro de la sociedad, es un lugar en donde su
dictamen diagnóstico se traduce en una sentencia en el paciente, inclusive en
aquel caso en que el médico no abra la boca y tan solo piense, como en el ejemplo anterior, en la
irreversibilidad del proceso. Esto reviste mucha importancia.
Como observarán, en la relación médico paciente, uno
puede transferir no solo el medicamento, sino también, frustración, felicidad,
creencias, etc.
Otra de las cosas más difíciles de hacer en la
práctica de nuestra profesión, es no juzgar el momento que atraviesa el
paciente y el motivo de su consulta. Y lo más difícil es soltar los prejuicios
que traemos de nuestra formación médica ya que este elemento es el primero que
debemos transformar para nuestra práctica.
Esto se ve de manera apreciable en lo que yo llamo EL DESPERTAR DE
LA NOCHE MÁS OSCURA DEL ALMA. En muchas ocasiones de la vida, la enfermedad
viene adosada a una crisis que nos lleva más allá de nuestros límites y permite
a un paciente cambiar de rumbo y
desandar viejas dolencias asociadas a temores muy arcaicos, o situaciones traumáticas
que el paciente tuvo que haber atravesado. Es por esto que debemos tener en
cuenta que medicar la crisis espiritual de la noche más oscura del alma puede
ser contraproducente en el camino de la sanación de una persona.
He visto a lo largo de
mi carrera que a los médicos nos cuesta acompañar estos procesos en nuestros
pacientes y que tendemos, no solo a eliminar los problemas físicos, sino a
querer borrar el germen de la transformación de esa noche oscura del alma, por
la desesperación que nos produce la vulnerabilidad del proceso.
El maestro Dr.
Tomás Pablo Paschero le pedía a los alumnos, dentro del trabajo de formación
permanente del médico homeópata, una profunda introspección de tipo personal,
para poder tener claridad en los procesos descriptos.
Pienso que la crisis
personal es también espiritual y la enfermedad viene a ser una maestra que nos
permite entrar en este camino de sanación. En su libro “Desafiar la gravedad”,
Caroline Myss nos lo dice: “El sanar es el resultado de un acto
místico de rendición, un despertar que trasciende cualquier religión, es un
diálogo íntimo de la verdad entre el individuo y lo divino”.
Los médicos debemos
tener en cuenta que muchas veces oficiamos de sanadores heridos y que por
cierto, lo único importante es el camino y no el momento de arribo, ya que para
cada transformación de un paciente hay un lugar de transformación y sanación en
algún rincón de nuestra alma mediado por el vínculo dinamizado.
Para ver el sol hay
que tener el sol en los ojos (Goethe).
Dr. Sergio Rozenholc
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